El pollo de la abuela Tela

El otro día me encontré con Mayte mientras hacía la compre y me dijo, con toda la razón, que hacía mucho que no ponía ninguna receta.
Me pilló en ese momento comprando algunas cosillas para hacer el "Pollo de mi abuela Tela" así que le prometí que le pondría aquí la receta.

Recuerdo con mucho cariño que mi abuela cocinaba esta receta -simple por otro lado- de manera magistral, hasta tal punto que muchas veces mis primos Amador y Jorge, que durante una época vivían al otro lado del rellano, le pedían que les hiciera "ese pollo amarillo que tanto nos gusta".

Mi tía Espe, mi madre o yo mismo la hemos hecho muchas veces, pero nunca como lo hacía ella. 
A falta del toque secreto (sería el amor con el que lo hacía) esta es la receta en cuestión:

Mi madre (Azu), mi abuela (Tela) y mi tía (Espe)
Ingredientes:
2 pechugas de pollo (enteras, no dos medias) sin filetear, unos 8 ó 10 dientes de ajo, 1 litro de vino blanco, sal, tomillo, colorante alimentario y aceite de oliva. Patatas para el acompañamiento.

Elaboración:
Trozear las pechugas de pollo en pequeños trozos, como de bocado; cubrir el fondo de una cazuela (cuanto más plana y ancha mejor) de aceite de oliva a fuego medio; añadir las pechugas tozeadas, remover al tiempo que se echa el ajo bien troceadito (yo lo echo tras pasarlo por el exprimidor de ajos); remover; añadir la sal, no demasiada, el colorante y el tomillo; remover hasta que todo el pollo se impregne de los condimentos; añadir el vino blanco de forma que cubra los trozos de pollo; dejar a fuego lento al menos una hora, de forma que se reduzca el vino blanco.
El acompañamiento ideal es freir patatas troceadas en pequeños cuadrados (similares en tamaño a los trozos de pechuga) y mezclarlas con el pollo en la misma cazuela para que se impregnen y se "camuflen".

El pollo y las patatas no se diferencian demasiado a la vista.

Nota: para los más "alegres": se puede añadir un par de cayenas desmeduzadas al tiempo del tomillo; esto lo da un toque picante al que ya de por si le da el ajo.

Espero que os guste...y que mi abuela lo huela desde arriba.

El Entrenador (Artículo de El PAÍS)

Leí en el Twiteer de mi admirado Pedro Martínez el siguiente artículo publicado en EL PAÍS ya hace unos años:

"Hace años que quiero hacer una película en torno a la figura del entrenador. 
El primer destello nació en una ocasión en que fui a dar una conferencia a una ciudad de provincias y me llevaron a un restaurante. 

En la mesa del fondo reconocí a un antiguo jugador, no demasiado famoso, que entonces era entrenador del equipo local de Segunda División. El equipo pasaba por problemas y nadie sabía si el entrenador duraría mucho en el banquillo. Lo que me fascinó fue mirarlo. 

Estaba solo, comiendo con parsimonia un guiso casero y tomando una cerveza, en chándal, con un reloj de oro y con gesto ensimismado. Me pareció la estampa perfecta de la soledad. 

Desde entonces los entrenadores atraen mi atención. Puede que, al verlos en esa posición de privilegio, dando órdenes a los jugadores, con esa supuesta autoridad sobre el entorno, mucha gente tenga la falsa sensación de que son tipos a los que envidiar. 
Pero yo siempre pienso en lo solos que están. Han adquirido la madurez que a los jugadores en activo les falta, ellos ya pueden ver el deporte desde una perspectiva más sabia, más calmada, más completa. Sufren como nadie la velocidad del juego. Ésa que hace que Guti esté muerto y enterrado un día y sea un genio imprescindible siete tardes después. 

No hay tiempo, la vaca está sobreordeñada con partidos a todas horas, así que la formación de los jugadores tiene que condensarse en los quince días de pretemporada y en las correcciones a cada partido concreto. Es algo así como dar clase subido a la montaña rusa. 

Los entrenadores son siempre una apuesta a ciegas y, más aún, en España, donde la paciencia dura siete partidos. Sería impensable disfrutar aquí del sistema británico, donde un entrenador se pasa la vida en el banquillo de su equipo, transmitiendo a los jugadores y a la afición una certeza casi inamovible. 
Aquí el presidente siempre tiene cara de estarse preguntando: ¿me habré equivocado contratando a este tipo? Luego, en una especie de juego teatral, en el campo, el jugador es la pieza fundamental y el entrenador sólo el espectador con mejor asiento o, mejor dicho, el más cercano al césped. 
La suerte como entrenador está depositada en ellos y si las cosas no salen bien los marineros hundirán el barco sin que el capitán pueda hacer otra cosa que esperar la patada que lo mandará a los tiburones. Puede que no todos los españoles llevemos un jugador dentro, que nos sintamos un poco disminuidos ante Messi o Raúl, pero no existe español que no lleve un entrenador resolutivo, fiable y drástico metido en sus zapatos. 
Todos sabemos lo que hay que hacer, como esos padres que van a ver el partido del chaval y se ceban con el entrenador de su hijo porque no es capaz de sacarle el potencial que él sabe que el niño tiene porque lo ha visto a la hora de la merienda. 

El entrenador llega a una ciudad desconocida con su familia, escolariza a sus hijos, convence a la mujer de que cualquier infumable pueblucho es tan disfrutable como Nueva York. Me imagino los domingos a la noche cuando llega a casa tras la derrota y se mete un pastillazo para poder dormir. Cuando los familiares se fatigan de ceses y cambio de residencias y colegios, le dejan ir solo a su nuevo empleo y el entrenador ocupa un hotel o un apartamentito y se pasa las horas libres colgado del teléfono, diciéndole a su niña que apriete en los exámenes mientras en el vídeo repasa el partido que perdieron el domingo sin que le parezca tan dramático el mal juego de los suyos. 

A los entrenadores se les va poniendo una cara amostazada con el tiempo y, por mucho buen carácter o entrega de profesor de colegio que tengan, no es raro verlos en algún casinillo local o con la nariz roja y las venillas coloradas y no precisamente por el frío. 
Desarrollan con su segundo y a veces con su preparador físico una especie de relación cómplice y rutinaria que se parece más a la serie Matrimoniadas que a un éxtasis deportivo. 

El entrenador termina por ser alguien que sabe mucho de un juego al que no puede jugar. 
Sólo la capacidad de resistencia a la frustración y el placer del juego y el buen sueldo le harán seguir a lomos de la montaña rusa, aguardando el día en que por fin le toque un partido histórico, pero incluso ese día no olvida que los protagonistas son otros. 
Y con la maleta siempre hecha para cuando llega la tarde en que el presidente o el hijo del presidente o un vocal de la junta con más arrestos le enseña la puerta de salida con gesto alicaído. 
Y llega la mañana, a veces no demasiado lejana de aquella otra en que se presentó a la plantilla cargado de esperanzas, en la que se despide de alguno de los jugadores con un apretón de manos o de los otros sacándose un puñal de la espalda. 
Y ese tipo adusto y serio vuelve a ponerse en el camino hacia ninguna parte, donde tan magistralmente situó el añorado Fernán Gómez a nuestros cómicos de la legua."

David Trueba en EL PAÍS (consultar enlace)