Esta semana he tenido la suerte de compartir unas sesiones
de trabajo con niños con discapacidad en la Fundación Carriegos que se
encuentra en nuestro Municipio.
Todos los que gozamos de buena salud deberíamos visitar en
algún momento uno de los muchos sitios donde los menos afortunados intentan
mejorar su día a día. Cualquier pequeño paso para nosotros es una verdadera
odisea para los que se ven afectados por la discapacidad y cualquier ayuda que
podamos prestarles es poca si tan solo por un minuto nos pusiéramos en su piel.
Esta reflexión se ve sacudida por la cruda realidad en
cuanto se “rasca” un poco. Las subvenciones y colaboraciones que se agolpaban
en la puerta, esperando tener su lugar en las pancartas de la entrada, en los
dípticos y publicidad que la Fundación distribuía por toda la geografía
nacional y que la convirtieron en un referente en este campo, ahora dan las
espalda a la realidad.
No es porque ahora los niños y niñas afectados por este
“yugo” hayan disminuido, es porque las prioridades ya no son las personas -si es que alguna vez lo han sido- sino porque lo son, lo siguen siendo, las
cosas, las construcciones y proyectos faraónicos, los eventos vistosos y
vendibles a la opinión pública, y los asfaltados estacionales (siempre me he
preguntado porque sale más barato el asfalto cada cuatro años).
En este caso no sólo no se ayuda, sino que además se ponen
pegas, como la prohibición de usar los areneros que en su día se construyeron
para sus actuaciones: ver para creer.
Los y las que tenéis la responsabilidad de “gestionar” lo
nuestro podéis seguir por ese camino, pero daros cuenta de una cosa, la gente
cada día se informa más, lee y escucha más, se interesa e implica más…ya no nos
vais a distraer asfaltando los baches de nuestra calle un mes antes de las
elecciones.
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