Los abrazos




Pues sí, me gustan los abrazos,

sobre todo los que duran tres segundos,

esos que recargan el alma,

que te devuelven a ese mar en calma,

que hacen que se unan dos mundos

y animan a estrechar los lazos.



Hay relaciones que se forjan a plazos

seamos de aquí o allí oriundos,

nos dibujan el espíritu a trazos,

consiguen florecer sentimientos más profundos.



No me digas que aún no has probado

a hundir pecho contra pecho.

A mi hay personas que así me han ganado

y desde entonces en mi vida no tienen techo.





Desde el balcón

 



Mañana de Semana Santa, años ochenta, mi abuela asomada al balcón de nuestra casa en la Plaza Mayor de León. El primero, como casi siempre, lleno por vecinos y amigos.
Hoy tocaba procesión, otros días concierto, en ocasiones otra actividad cultural. ¡Qué lujo haberme criado con un palco a las tradiciones leonesas!

Lo extraño es que no estuviéramos todos ya ahí, con ella, o quizá es que ya nos había hecho el chocolate; Migue o Amador habrían traído churros y estábamos dando cuenta de ellos en la cocina antes de acompañarla al evento. “¡Vamos, vamos, venid! Ya están llegando” nos diría, aunque seguramente los tambores y las trompetas nos habrían alertado con anterioridad.


Vivir en la Plaza Mayor de León durante dos décadas fue una experiencia incomparable.
Un gran espacio donde correr y jugar de pequeño, incluso al balón, esquivando a los paseantes, con los bancos como portería, con Fernando de portero/delantero casi siempre, un lugar donde siempre estábamos visibles; donde, con salir al balcón y dar una voz, ya tirábamos para casa.


Pasaron los años, cambiamos el balón y el corre que te pillo por el “¡Vaya la que pillamos ayer!”. Estábamos en la pubertad y vivíamos en el Barrio Húmedo de León, ¿qué más queréis que os explique? 

Recuerdo aquellos años con especial cariño; no había WhatsApp pero teníamos telefonillo en el portal. “¡Oyeee! ¿Bajas o qué? ¡Ya estamos todos por aquí!” Quitabas la bata guateada (¡vaya frío que hacía en aquella casa!), te ponías una trenca y ya estabas en el jaleo. Nunca conocí teletransporte más rápido; pasabas de estar con el brasero bajo la camilla a tomar un cacharro en el Universal en menos de dos minutos.



La foto es de día, eso es evidente; si no, también podría haber sido de alguna noche de aquellas, distraída, en la que llegabas más tarde que el camión de la basura y allí estaba mi abuela, pendiente, porque ella no se dormía hasta que no estabas en casa, como Ana esperando a que Miguel volviera con su barca, pasando horas y horas.

Me gusta escribir con los ojos vidriosos, con “gallina en piel”; porque me hace sentirla, porque me gusta recordarla, porque cada vez que paso por la Plaza Mayor, quiera o no, “levanto la vista y me encuentro con ella. Y ahí está, ahí está, ahí está viendo pasar el tiempo”.

Mi abuela Tela