No sé si esto solo me pasa a mi pero supongo que no, pero como no es un tema muy habitual para comentar con tus cercanos, pues no lo sé bien. De todos modos hoy me ha dado por escribir sobre ello.
Dice una buena amiga que hay días que le cuesta mucho maquillarse, que el estado anímico le influye mucho. Lo mismo le pasa con el esmero que le pone al peinarse.
En los chicos nos pasa algo parecido con el
afeitado, creo yo, porque hay días en los que te ves con el guapo subido, crees que te vas a comer el mundo, te afeitas, te pones eso que crees que te sienta bien…y hay otros que te tiras encima lo primero que pillas, no tienes ninguna gana de afeitarte y te duchas porque ya te das bastante asco a ti y no quieres dárselo demasiado al resto del mundo.
Con la ropa interior pasa también algo parecido. ¿Quién no tiene en el cajón, calzoncillos que son más feos que el Fari comiendo limones? Y así y todo, ahí están, al fondo, o no tanto –depende del volumen del cesto de la ropa sucia- diciendo “no me tires, que igual me tienes que usar”
Luego tienes los de “la ocasión”; ¡pobre infeliz! Esa que nunca llega, o que si llega te va a pillar con los del “mercadillo”. Son esos chulísimos, sensuales, alguno incluso con mensaje, como si le hiciera falta a la que los está viendo, que harían que ella se quedara mirándolos como los peques que alucinan más con el papel de regalo y la caja que con el juguete que va dentro (os voy a decir una cosa, llegada una edad, esto es totalmente normal, vale más la pena el envoltorio que lo que guarda).
Te da pena ponerlos porque se gastan, y entonces perderán ese brillo, esos tonos y esa forma que a ella le encantarán. Y ahí quedan, en primera fila, pero sin ser elegidos cuando abres el cajón.
Y ellos pensarán lo mismo que ese doble licenciado con tres masters que sale de la entrevista de trabajo donde le han dicho “su currículum es extraordinario, quizá demasiado para este puesto; ya le avisaremos cuando tengamos algo que encaje en sus aptitudes”.
Él se dirá “pero si yo lo que quiero es trabajar, que el mes próximo ya no tengo ni para el alquiler”
Algo así nos pasa con el bóxer que compraste en aquella boutique de moda.
Luego están los de la clase media, los del montón del día a día. Son de los que echas mano sin pensar mucho. Sencillos, cómodos, a ti te gustan. No conquistarás a nadie gracias a ellos pero, no sigamos engañándonos, tampoco lo vas a hacer con los que luce Roman Khodorov, así que...
El caso es que esta semana he pasado por todos los estados de ánimo posibles, cosas del otoño quizá, o de la situación que estamos viviendo y los frentes abiertos que tenemos que manejar como “circo de tres pistas” y eso, sin darme cuenta, ha venido acompañado de un tipo de ropa interior.
Habrá sido el subconsciente, ¿qué sé yo? Pero la realidad ha sido esa.
Un consejo (vendo y para mi no tengo): usad el cómodo, si es bonito, mejor, si es el da la boutique, también. Si llega el momento, si llega ella, deberás haberla conquistado por mucho más que eso.
Y no olvides, el tamaño sí importa, pero el del corazón.
Namasté